Tras ver a Borja Jiménez y a Juan Ortega en Sevilla, se me ha venido a la mente la palabra «barroquismo» en el toro, que de vez en cuando utilizan los plumillas para intentar definir el toreo sevillano. Voy a intentar dar mi opinión sobre el «Barroquismo» tras haber estudiado su estética en otros ámbitos artísticos durante mis estudios.

Cada vez que intento hacer un parangón estético-filosófico o artístico, pongo por delante la intención por la que nació este blog, y no fue otra que la de poner mis conocimientos aprendidos durante la Licenciatura de Historia del Arte para comparar, contrastar, medir e incluso demostrar, cómo ese Arte y su Historia se equivocan al no tener en cuenta La Tauromaquia como una de sus diferentes ramas de estudio.

Hecho este recordatorio, vamos a hablar del barroquismo Sevillano. Su mayor exponente, sin duda alguna en la actualidad es Morante de la Puebla, pero en esta Feria de Abril han aparecido dos exponentes que lo han atestiguado en sendas obras de arte en el albero maestrante: Borja Jiménez y Juan Ortega.

Es barroquismo porque en dichas obras se hizo presente la vigencia de no sólo la visión de lo divino, sino la utilización de la composición y el movimiento de las telas para, casi herir los sentimientos al que lo contempla como intentaron hacer los artistas barrocos en sus esculturas y pinturas. Sus obras, una, la de Borja, frente a un toro más, digamos, «primigenio», alcanzó la grandiosidad por utilizar el aire de sus telas para paliar el terror que la naturaleza disfraza en la mirada de los toros grises de Victorino Martín. Otra, la de Juan Ortega, utilizando la santísima Trinidad del buen toreo, Temple, composición y despaciosidad, para llegar a la eternidad.

El barroquismo intentaba sobrecoger al espectador en una iglesia. Las dos faenas, la de Borja y la de Juan, solo pudieron comprenderse desde la esplendidez del movimiento de los trastos; hubo momentos de expresión vital casi turbadoras. El embrujo de las telas, la ligereza de su manejo, configuran el movimiento, el dinamismo principal del Barroco. Cuando se torea así solo se puede estar frente al movimiento rítmico de lo prodigioso, de lo que deslumbra y hace creer en lo que no se conoce. Al igual que a las personas que se postraban frente a imágenes en el Barroco, nos hacen estar delante del mismísimo retrato de la divinidad que, en este caso es el Toreo.

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